Citas célebres

domingo, 5 de septiembre de 2010

A simple vista, debería rondar los 19-20 años, a lo sumo 22. Estaba en esa típica edad de soberbia, en la que creemos saberlo todo y nos pensamos inmunes a todo: los amos del mundo. Bastaba una simple mirada para admirar su belleza mediterránea: cabello oscuro, casi negro, con ligeros destellos castaños que dotaban a aquel cabello de una luminosidad indescriptible. No obstante, lo más llamativo de aquella muchacha era su mirada intensa de color aceituna, capaz de dejar sin aliento a más de uno y hacerles perder el norte. De porte esbelto y perfectamente proporcionado, la joven iba haciendo camino, quizá sin un rumbo fijo, tatareando una canción tímidamente, como si no estuviera convencida del todo de si cantar o no. Fue en ese momento cuando me la crucé, mirándola fijamente, mientras ella, sin percatarse, iba con ese semblante suyo de indiferencia canturreando ves a saber tú qué. Todavía era pronto para dirigirme a ella, de hecho, no sería hasta varios meses más tarde cuando conseguiría mantener un mínimo contacto con ella. Sí, así es, fue amor a primera vista, hacía meses que la observaba, y desde el primer instante me enamoré de ella como de ninguna otra mujer en mi vida. Lo que más me gustaba de aquella chica era cuando se ausentaba, de vez en cuando, ensimismada en alguno de sus pensamientos dentro del limbo de su mente, que te hacía preguntarte en qué lejana galaxia se encontrará, hasta que te dirigías a ella y aterrizaba al planeta Tierra, respondiéndote con una de sus sonrisas corteses como diciéndote que estaba ahí y te estaba escuchando.

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